Representados frecuentemente bajo una lente poco empática, más raramente
con cualidades positivas, los gitanos han siempre capturado la atención de
directores cinematográficos: en 1896 aparecen en Campement des Bohémiens
de Georges Méliès y en 1906 en Esmeralda, de Alice Guy Blanche, la
primera directora de cine. A lo largo de la cinematografía mundial se han
sucedido películas que los representan en su lado más estereotipado: ladrones,
seductores, hechiceros, estafadores, pobres, sucios, ignorantes, pero también
hombres y mujeres fascinadores y, sobretodo, óptimos músicos. También hay,
aunque pocas, películas que, lejos de usar los gitanos como caracteres, se
aproximan a su realidad reflejando el lado más "antropológico", o
bien, más humano.
Dejando de lado la filmografía donde aparecen como personajes meramente
folclóricos (filmografía que no deja de ser interesante pero cuyo interés no
entra en nuestros objetivos), nos limitamos a citar sólo algunas películas que
nos parecen más valiosas por como han representado este mundo.
Emir Kusturica, director de fama internacional, ha dirigido un
díptico sobre la cultura gitana: El tiempo de los gitanos
y Gato negro, gato blanco.
El tiempo de los gitanos (Dom za vesanje), de 1989, es la historia
de Perhan, un joven gitano nacido y crecido en la ex Yugoslavia que, a causa de
las deudas del tío (con quien vive) y por la necesidad de operar la pierna
enferma de la hermana, parte para Italia con un apoderado de su aldea que le
promete trabajo. El hombre, en realidad, se dedica al proxenetismo y a la
explotación de niños a quienes utiliza para cometer hurtos, quedándose con el
dinero que estos consiguen. Después de una inicial resistencia, Perhan cede a
la corrupción y se convierte en la mano derecha del hombre llegando a ocupar su
puesto pero acaba por rendirse a la necesidad de redención. Retrato de un
pueblo encantador, de sus hábitos, de su magnética manera de vivir pero también
de sus leyes brutales (la mafia de los clanes, la explotación de mujeres y
niños), la película no tiene propósitos moralistas, no hay malos ni buenos.
Gato negro, gato blanco (Crna macka, beli macor) es de 1998. La
idea originaria era hacer un documental sobre una banda musical cíngara pero se
acabó convirtiéndose en un largometraje de ficción. Ambientado también en la ex
Yugoslavia, se centra en la historia de dos familias y sus conflictos, una
especie de western gitano.
Otro director de cine que se ha dedicado al mundo romaní es Tony Gatlif,,
quizás el único director con sangre gitano. En 1981, rueda Corre gitano
con actores romá de Granada y Sevilla pero es con Les Princes
(Francia 1983) que se da a conocer (aunque lejos del éxito y de la visibilidad
que ha ganado Kusturica); aclamada por la crítica, la película trata de la
condición miserable de unos gitanos sedentarios en los suburbios de París. El
corte más socio-antropológico de la primera parte deja espacio a una visión más
lírica en la segunda donde el protagonista se deja tentar por el viaje...
En 1992 Gatlif rueda Latcho drom, un homenaje a la música
gitana y un viaje a las orígenes de la cultura rom. Con un equipo reducido,
sigue los pasos de los gitanos a través de un recorrido que le lleva, durante
todo un año, del Norte de India a Egipto, Turquía, Rumania, Hungría, Francia y
Andalucía.
Gadjo Dilo, su filme de 1997, es una parábola sobre la
convivencia racial. Cuenta la historia de un joven francés que emprende un
viaje a Rumania en búsqueda de una cantante gitana. Durante este viaje topa con
un viejo gitano y se halla en una aldea rom cerca de Bucarest donde acaba por
aprender usos y costumbres del pueblo gitano.